viernes, 13 de febrero de 2009

Alma desnuda

Soy un alma desnuda en estos versos,
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Alma que puede ser una amapola,
Que puede ser un lirio, una violeta,
Un peñasco, una selva y una ola.

Alma que como el viento vaga inquieta
Y ruge cuando está sobre los mares,
Y duerme dulcemente en una grieta.

Alma que fuera fácil dominarla
Con sólo un corazón que se partiera
Para en su sangre cálida regarla.

Alma que a ratos suelta mariposas
A campo abierto, sin fijar distancia,
Y les dice: libad sobre las cosas.

Alma que ha de morir de una fragancia
De un suspiro, de un verso en que se ruega,
Sin perder, a poderlo, su elegancia.

Alma que suele haber como delicia
Palpar las almas, despreciar la huella,
Y sentir en la mano una caricia.

Alma que siempre disconforme de ella,
Como los vientos vaga, corre y gira;
Alma que sangra y sin cesar delira
Por ser el buque en marcha de la estrella.


Alfonsina Storni

domingo, 8 de febrero de 2009

Teseo y Ariadna


Recordé la historia de Ariadna, cuando vio por primera vez al joven Teseo, que se había ofrecido a entrar en el Laberinto para librar a los cretenses del Minotauro. Ariadna lo vio, se enamoró de él y se propuso acompañarlo allí donde fuese. Así que se ofreció a ayudarle a salir del Laberinto. Pero a cambio ella le pidió que desde ese momento la quisiera por compañera; que se olvidara de todo, dejara lo que tenía y se fueran a vivir juntos. Y Teseo así lo prometió. Ariadna tejió un hilo muy largo, finísimo e irrompible, lo ató a la cintura de Teseo quien entró en la guarida del monstruo, lo venció con la espada y salió del Laberinto siguiendo el hilo que Ariadna había tejido para él.

Teseo se llevó a Ariadna en su navío y juntos llegaron a la isla de Naxos, que iba a ser el paraíso de su felicidad. Pero aquel edén se convirtió pronto en abandono. Porque un día despertó y estaba sola: Teseo la había dejado mientras dormía

La mujer de Roma.

Cuando estoy aturdido y nada me da sosiego, me visto un pantalón de deporte, me pongo las zapatillas, bajo al parque y corro hasta reventar. Me agoto en el esfuerzo de seguir un camino que no lleva a ninguna parte, sin pensar en nada ni escoger el rumbo. Tenso el cuerpo, y así distiendo la mente. Vuelvo a casa exhausto, me ducho, pongo un disco a todo volumen y me quedo relajado. Ésa es la manera que tengo de recuperar la tranquilidad.



J. Martín Novales